Íbamos en una máquina en marcha, a toda velocidad, viendo pasar los árboles, pudiendo distinguir, a duras penas, si tenían hojas de perenne presencia o vestían desnudos sus ramajes.
En un aleteo fugaz llegó un frenazo radical, las ruedas no encontraban su guía y decidieron parar en seco. De repente, veíamos las hojas con el mayor detalle posible, sus formas, sus venas. Pudimos interpretar su lenguaje y, unos pocos, nos dimos por enterados.
Dentro del vagón, el frenesí seguía presente, más acentuado si cabe entre aquellos que prestaban su ayuda y su conocimiento para reparar los huesos rotos que el brusco temblor había quebrado. La sacudida había afectado, por igual, a los pasajeros de la clase turista y a los de primera clase. Es "el socialismo de los huesos". Hubo, también, quien aprovechó la parada para hacer negocio y se hizo con el control de los servicios, ya sabes.
Fueron días de revolución, días de pausa extrema, de calma tensa. Fueron días de valientes, de cobardes, de profesionales de la zancadilla. Fueron días de espejismos, de reflejos, de destellos. Fueron días en los que contábamos estrellas mientras las hojas de los árboles nos miraban a los ojos.