Es martes y...
"Que las persianas corrijan la aurora, que gane el quiero la guerra del puedo. Que los que esperan no cuenten las horas, que los que matan se mueran de miedo".
Supongo que el resto de seres vivos del planeta asistirán perplejos a esta catarata de idioteces extraordinaria. Debatirán entre ellos si somos los mismos que levantamos las piramides, compusimos la Quinta Sinfonía y esculpimos el David, o, si por el contrario, somos un reflejo borroso de todo ello.
La irracionalidad lo ha empapado todo de ira desbocada. Nuestro raciocinio ha amanecido desnudo y sin qué ponerse. No nos queda voz que silencie esta emboscada, ni lágrimas a ríos que logren detenerse. Los muertos siempre los ha puesto el pueblo. El mismo que resiste, con fulgor, la barricada. El mismo que, en silencio, se congela en frío duelo. El mismo que se ha calentado de esperanza alada. Quizá no quede mucho por decir. Quizá, solamente, algún gesto que educara, no clasificar la sangre por el DNI y no pintarnos más banderas en la cara.
Obviamente ya sabéis de lo que hablo, del presente más abominable, de la imposición a golpe de disparo. Obviamente hablo de Damasco, de Raqqa, de Ramalah, de Chibok y de Beirut. ¡Ah! Y de París también, claro.
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