Es martes y...
Esta semana se celebra en París la Cumbre del Clima en búsqueda de un acuerdo global contra el cambio climático, que, por lo visto, anda perdido. Este cónclave con tintes circenses se marca el objetivo de poner solución a un mundo devorado. El caviar no faltará, el remedio quizá sí.
Desde hace mucho tiempo, somos la única especie que no aporta nada al enriquecimiento integral del planeta. Eso sí, en reuniones para mostrar nuestra preocupación por el devenir del globo somos los campeones absolutos. El resto de seres vivos que colman el planeta andan despistados ante tanto baile de máscaras y ante tanta careta desvergonzada.
Puestos a demostrar bajeza, desde este sangrante primer mundo, hemos aceptado disminuir nuestras emisiones de dióxido de carbono derrochando ingenio. Distribuiremos nuestros malos humos por países en desarrollo, y así podremos cumplir con nuestras míseras autoimposiciones de indigencia sostenible. Total, solo nos quedaba por saquearles el cielo.
Cumbre de pajarracos, de cenas elegantes, de papeles mojados, de futuro sofocante. Cumbre de majestades, de honorables presidentes, de padres de tempestades, de ruinas de medio ambiente.
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