Es martes y...
La fruta cayó, de madura, al suelo, para reescribir la historia. Sin paraísos artificiales ni reptiles maliciosos. En paralelo, a los ojos, sin fisuras. Es nuestro turno.
La sangrante tinta relatando en masculino singular acaparó una verdad impuesta por derribo. Los raíles marcaban claro el camino y saltar del tren en marcha parecía una temeridad. Fue entonces cuando, en el silencio conmovedor de la noche oscura, tuviste el arrojo de avanzar. Contra todo, contra todos, como siempre. Por ti y por todas tus compañeras. Por todos nosotros.
Son tus brazos, madre, la cuenca enmascarada de los ríos, el refugio en el invierno más austero, la tirita en unos labios malheridos, el latido de este último aguacero.
Son tus manos, madre, la caricia que rescata del naufragio, la esperanza del que llora en la trinchera, la bandera universal de tu sufragio, los enigmas de tu música hechicera.
Son tus notas, madre, las que emergen del océano del tiempo, las que suenan en la fría soledad, las que liman las astillas de mi templo, las que templan el misterio de mi levedad.
Es cada día tu día de renacer, de resistir y de vencer. Es cada día tu día madre, es cada día, mujer.
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