Es martes y...
Camino arrastrando mis sentidos por el hueco que deja tu piel. Arranco a empentones el paso que da paso a otro paso más. Y así, consigo aparcar por momentos el amargo grito de hiel. Y así, sé que, pasajera, tu boca me espera al final.
Veo tu mirada en cada reflejo de luz milagrosa, la prosa me persigue, la rima no me alcanza por mentirosa. Veo el destello de tu escondite, dimite mi iris por cohecho al juez que no dimite.
Oigo la caracola de tus rizos en un mar inquieto, cometo el crimen de quererte por dejar mi corazón repleto. Oigo, en silencio, el susurro de un bemol, el eco infinito de tu suspiro que, todavía, conservo en formol.
Siento tus huellas de vida que guían mi tinta templada, el hada que fluye en mis venas está preparando su emboscada. Siento tu pulso pausado sobre mi pulso de trueno, al menos en tu coraza dorada mantienen su aliento mis sueños.
Degusto el caviar de tus labios en un paladeo sucinto, distinto es el sabor de tu sed en el vaivén incierto de este laberinto. Degusto el recuerdo fugaz de mi palabra arrugada, manchada por mis deseos de verla algún día ordenada.
Huelo el vuelo natural de tu perfume de primavera, la espera desesperada por redimir mi alma de enredadera. Huelo la verdad avergonzada de este presente urgente, ausente en su propio entierro de voces intrascendentes.
Entre los cinco, arrullan el traqueteo de mi latido. En tu horizonte, inalcanzable, proteges mi sexto sentido.
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