Es martes y...
No había mucho para elegir, la verdad. Los candidatos que disputaron la contienda eran poco más que restos de un naufragio, algo así como una derrota colectiva antes de votar. Y votaron y ganó él, y con él perdimos los demás.
Ambas propuestas estaban forjadas con el pesado metal del liberalismo más salvaje, moldeadas con el implacable martillo de la supremacía blanca y asentadas bajo el malvado yunque del voraz imperialismo. Veneno del de matar con aromas diferentes. Pero quizá, el aroma también sea importante.
La gran diferencia entre Trump y Clinton ha sido el discurso y el tono que han empleado, tanto en campaña como en su día a día. En un momento en el que el clima internacional se encuentra en estado agonizante y con continuas convulsiones, existen muchas mechas a deseo de prender. Y es ahí precisamente, donde el mensaje misógino, xenófobo y ultranacionalista del nuevo presidente puede volverse en contra de todos.
Cierto es que los programas electorales están para incumplirlos. Obama mandó al rincón oscuro muchas de las propuestas que le abrieron la puerta de la Casa Blanca. Esperemos que Donald haga lo mismo.
Menos mal que aquí nos mantenemos firmes, con la dignidad al frente y la limpieza por escudo. Imaginad que nos hubiera dado por votar a quien nos saquea, nos recorta y nos persigue.
De locos.
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