lunes, 6 de marzo de 2017

Campos de concentración

Es martes y...

No sé muy bien hacia adónde vamos, como colectivo, como especie y como alteradores del cauce natural de las circunstancias. Bueno, tristemente creo que sí lo sé, era más bien una frase de rabia que de duda.

Estamos masificando el continente para automatizar el contenido, y con ello, firmando nuestra sentencia. Nos hemos convertido en talladores de nuestro propio cadalso, en mecha de cañón ajeno. Somos la peor de las manos para mecer la cuna de nuestro arrullo.

Sin un profundo proceso de análisis, crítica y reparación estamos condenados al olvido, arrastrando ferozmente al resto de vida que nos rodea, y que asiste atónito a la tortura. Cuando seamos conscientes de que la vida nace de la tierra, y somos lo que ella nos da, podremos empezar a respirar en el fango, mientras tanto, nos seguiremos hundiendo, cada día, un poco más.

De los pueblos y su savia recibimos la respuesta. En su eterna lucidez el manto de la convivencia. Mientras la gran urbe sigue con su larga siesta, de cada semilla brota un grito de resistencia. 

Cuando comprobemos que las piedras no se comen, quizás dejemos de hacer campos de concentración de vacas. Cuando las reservas de valores se desplomen, quizás ya solo queden en pie las estacas. 

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