En el barrio de la usura te han dedicado una placa. El brillo de tu figura es la sombra de una estaca. Todos lucen cuellos de oro y bordan sonrisas falsas. Han comprado el deterioro incoloro de tu alabanza.
En la calle del desamparo no se juega con dinero. El suelo sigue mojado por el llanto del obrero. La partida que está en marcha es el hambre de sus bocas, llevan la camisa ancha de agarrones y derrotas.
En la avenida de la codicia se respira tu perfume. Allí donde la justicia es franquicia del desplume. Se camina en la altiveza de quien mide con billetes el valor de la belleza y la flaqueza de los seres.
En la plaza del desahucio los rascacielos rozan la luna. No destilan sueños sucios ni trafican con fortunas. Están pagando el descontrol de tu vesania cleptómana. Pero no podrás con el charol del farol de su mirada.
Vuele alto Don Emilio, vuele alto ladronzuelo. Recuerde que todavía nadie ha recalificado el cielo. No vaya a ser el primero en poner una maceta en el recinto sagrado, expropiado, del profeta.
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