Es martes y...
Deleznable, repulsivo, ruin, mezquino y cientos de sinónimos más que alargarían la lista innecesariamente. Con adjetivos como éstos se podría calificar el ataque sufrido por el semanario satírico "Charlie Hebdo". Absolutamente nada puede justificar el asesinato de una persona, no existe retorno capaz de compensar una insensatez cometida a punta de pistola. Partiendo de esta base, el resto está por escribir.
El teatro representado, por decenas de gerifaltes mundiales, en las calles de París, ha arrollado los escasos gramos de decencia que ululaban por sus cerebros. Pasear careto por la cabecera de la manifestación implica asumir que existen personas que son más personas que otras, implica hacer piña en torno a una frontera occidental donde, fuera de ella, todo vale.
¿Acaso vale más la vida de un francés que la de un libio? ¿Acaso pesa menos el desconsuelo en Oriente? ¿Acaso saltan las alarmas por un niño sirio? ¿Acaso no ha mirado hacia otro lado, presidente? Dicen hablar en nombre de lo bondadoso, en pos del pluralismo más auténtico. Luchan contra el integrismo religioso, con las armas del fanatismo económico.
Cada imagen alimenta, de dolor, una xenofobia enmascarada. Lo valioso no es la raza ni el color, sino el brillo que atraviesa una mirada.
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