Es martes y...
Un parto de luz que no nos deja abrir los ojos. Una caricia que envuelve el desorden sufrido. Un breve instante que cubre su mundo de antojos. Hinojo que cura la herida del viaje vivido.
Una vez amanecido el primer día, una vez sentido su suspiro. Una vez mojada tu mejilla, la astilla de sus entrañas brilla en tu latido. Una vez firmado, para siempre, el contrato que no admite despidos, vuelves para acariciar su vientre entre recuerdos de sueño interrumpido.
Abrazo indeleble en cada pesadilla, pequeña supernova por el cielo. Lucero que da calor en las manillas de arcilla de tu reloj de hielo. Sombra inagotable en sus brazos de encina, portadora del secreto de tu llama. Aliento en los estertores de tu ruina, el primer compás de cada pentagrama.
La veamos al mirar hacia la luna o al girar, nuestro cuello, un segundo. La mano que meció nuestra cuna, es de la mejor madre del mundo.
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