Es martes y...
Esa sensación de formar parte de un todo en armonía, ese misterio de un sistema sin verdugos ni torturadores. Ese lugar donde el silencio está lleno de polifonía, ese mundo sin dioses que griten ni reyes devastadores.
Un paraíso roza nuestra mirada cada día, nos llama con susurros afinados y abanica nuestro temple desnortado. Sin embargo, nuestra feroz y salvaje decadencia nos mantiene ciegos con luces artificiales, sordos de metralla publicitaria y mudos hablando todos a la vez. Lo estamos rompiendo a mordiscos, sin darnos cuenta de que somos esclavos de todo y dueños de nada.
Ella, paciente, serena, madre, sigue manteniéndonos su fe. De ella bebemos, en ella dormimos, con ella queremos, en ella morimos. Sin ella caemos, sin ella matamos, sin ella perdemos, sin ella sangramos. Nos abriga con el fuego de sus venas, en sus cuencas de colores nos acuna. Cuando preparemos nuestra última cena, ella, seguirá siendo el espejo de la luna.
Infinita esencia, implacable fortaleza. Amor sin sentencia, bendita naturaleza.