Es martes y...
Toca organizar la despedida sin champán en la nevera. Toca emocionarse en el adiós del año que se va. Toca enarbolar la auténtica sonrisa de la nueva era. Toca proseguir con la limpieza en los rincones del desván.
Y en la memoria cicatrices de fugaces espejismos, seísmos de caracolas que han renegado del mar. Mar que engulle párpados que huyen del abismo, rumbo hacia el abismo de esta Europa irracional. Amnésica frontera de mercados y papeles. Ruta de ningún lugar hacia ninguna parte. Barco a la deriva con timo de timoneles. Rieles que hacen de la fobia su triste estandarte.
Y en el recuerdo París despertando a Occidente para, segundos después, echarse la siesta. Al frente de la sentada presidentes decadentes, títeres desafinados al ritmo de mala orquesta. El dolor ya tiene dueño y marca registrada, el resto solo el color de daño colateral. Los de aquí son los que sufren, el resto menos que nada. La humanidad ha asistido a su propio funeral.
Y en el horizonte la esperanza de unas urnas renovadas. La ilusión por ver a un pueblo firme en su destino. La germinación de la semilla cultivada. El retorno vivo de aquel sueño clandestino. Sin embargo, todavía es un bebé acunado, un recién nacido del hornillo de las plazas. Todavía necesita del calor de nuestra mano, todavía tiene que romper esa coraza.
Y así se nos escapa otro lingote, el oro del tiempo irreversible. Soñaremos a lomos de Don Quijote con molinos que otros creen imposibles.